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5 canciones negras

Había estado un tiempo viéndole a diario

Había estado un tiempo viéndole a diario, pero hoy no podía tenerle ya tan lejos. Se le aparecía en la mirada a cada segundo, en cada momento se acordaba de él, de sus caricias, de aquella manera de susurrarle al oído, versos de poeta o palabras sinceras. Ese apartarle el pelo, por detrás de la oreja, con esa suave fuerza con que lo hacía. Ese besar su lóbulo, haciéndole perder los sentidos. Ese hablar desnudos sobre la cama, sintiendo la brisa que entra desde la terraza, secando ambos cuerpos de ese sudor entremezclado. Esa conversación en la que hacía que cada vez le quisiera más, con ese abrazo sincero, y un bonito te quiero. Esas miradas, aquéllas en las que al cuerpo le aumentaba la temperatura, entre miedo y morbo, o aquéllas en las que se le encogía el cuerpo, y le mudaban la boca.
Vidriaban sus ojos y hacían temblar todo su cuerpo. Ponían los pelos de punta, y la piel de gallina. Ese grito desgarrado al compás de la música, esa lágrima que derrama la última gota de esa nota. Ese susurro al techo, y ese grito al cielo. Esa vida en la pared, ese volar en el suelo, con la luz de lo oscuro, jugueteando con las sombras, abriendo los ojos descubriendo sus mares, atrapando su cuello, y apretando su pecho.
Ese pasar la yema por su espalda, sintiendo desde ahí todo su cuerpo. Ese soplo de su aliento que se estrella en su cara, haciéndole temblar los párpados, para que al abrirlos, campos de girasoles emerjan de la nada, y se crucen al chocar, con la delicada bravura de esos mares, a pares.

(020703)

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